Andadura pictórica: En 1957 se integra en el grupo El Paso. En el 58 inicia su camino independiente.
--Según los expertos, su pintura parte de unos ingredientes artesanos muy sólidos
--Básicamente, se necesita oficio. En cualquier tipo de arte eso te da una enorme libertad para decir lo que quieres. Toda mi vida he sido pintor y creo que aprendo todos los días.
--Llegado un momento en la vida de un artista, parece que el oficio se va quedando oculto
--Cuando me siento a trabajar, a dibujar o lo que sea, siempre recibo el impacto de algo que se me acaba de ocurrir. Gracias al oficio puedo interpretar algo con ese material. Eres dueño de lo que quieres hacer, tus sueños y lo que sea, para reflejarlos.
--Hace 50 años, con El Paso su pintura toma ya el aspecto que tendrá hasta ahora. De una forma oscura primero, que después en los años 70 y 80 se ilumina. ¿Qué da a los miembros del grupo ese aire de familia?
--Cuando formamos el Grupo El Paso, algunos vivíamos en París, como Saura y yo; y otros, como Canogar, en España. Pero siempre creímos que pintara uno lo que pintara, como grupo debíamos tener una base. No hay duda de que la base es Goya. Si se da uno una vuelta por las Pinturas Negras de Goya, se ve ese tronco común. Todos hacíamos una pintura oscura, tanto en París como en Madrid. Era una oscuridad que quizá correspondía a la España de ese momento. Más adelante yo recuerdo como una cosa personal que Juana Mordó me dijo: "Me alegro, Antonio, ya abandonaste los oscuros".
--Esa densidad fuerte de la materia en sus cuadros la logra usted mismo fabricando la pasta y los colores con polvos y aceites
--Yo soy muy clásico y fabrico la pintura. Amaso la pasta que uso y procuro, al aplicarla al lienzo que sea sensual y expresiva. Si veo que no me va a funcionar dejo el cuadro.
--Sus dibujos de los primeros 50 muestran su interés por la mujer (esposa de pescador o de minero y sola) y una conciencia social.
--Sí. Es cierto. Yo he dibujado siempre a la mujer. Y pescadores y mineros. Yo no voy a los grandes restaurantes ni a los cabarets.
--¿Esa mirada hacia la realidad la mantuvo también en su etapa informalista?
--Mi trayectoria es como la de un tren que va por sus raíles. Yo me dejo llevar por la pintura y por lo que siento, que es la vida misma. Uno lee el periódico, vive en la vida. Cuando estoy muy apagado, cuando veo que las cosas están muy fastidiadas es cuando pinto de color rosa. Quiero que todo sea alegre, que esté bien.
--¿Cómo recuerda al resto de sus compañeros del grupo: Millares, Saura...?
--Se lo digo muy pronto: Millares era de una sensibilidad tan exquisita que dudo que alguien le superara en eso. Manolo Rivera era un inventor con sus cosas. Saura era tan inteligente que podría haber hecho lo que quisiera y lo habría hecho bien. A él se le ocurrió El Paso y cantidad de cosas. Él fue el que dijo: "Tenemos que unirnos porque si no, no tendremos fuerza ¿Qué os parece si nos llamamos El Paso?".
--¿Por qué duró tan poco El Paso?
--Desaparece porque, desde nuestro punto de vista, había cumplido ya la misión de presentar en España algo que creíamos que era nuevo, lo que se estaba haciendo fuera, y eso era un paso adelante. No era más que eso, un paso, y una vez dado, había cumplido su misión.
El primer manifiesto del grupo El Paso instaba, en febrero de 1957, a la aproximación entre los pintores que impulsaron aquella renovación del arte español y «escritores, cineastas, músicos y arquitectos». En esa declaración de intenciones -alimentada por un sentido utópico de la relación entre arte y sociedad- latía el ideal de una integración entre las artes; un ideal que se revelaría al cabo complicado, según constatarían posteriores manifiestos. Sin embargo, hubo en El Paso quien desmintió esa dificultad. El asturiano Antonio Suárez (Gijón, 1923) desarrolló, sobre todo entre la década de los 50 y los 60, una intensa y variada actividad vinculada a la arquitectura que constituye una parte muy poco conocida de su obra. Solventar esa carencia y revalorizar esa faceta de Suárez es el objetivo de «El arte de Antonio Suárez aplicado a la arquitectura», estudio y catálogo de la historiadora Ana Gago que se presenta hoy en Gijón con motivo de una muestra dedicada al mismo por el Museo-Casa Natal de Jovellanos.
Treinta y seis de los bocetos que sirvieron como preparación para las pinturas murales, vidrieras o mosaicos que realizó Suárez en el marco de diversos proyectos arquitectónicos constituyen la sustancia de una muestra que no sólo revela una obra que, a veces de puro visible y cotidiana, pasa desapercibida. También advierte sobre un patrimonio a menudo delicado que en ocasiones se ha perdido y en otras se ha conseguido salvar; caso del mural del chalé de Joaquín García Morán o el mosaico para el Banco Herrero donados al Museo de Bellas Artes de Asturias, piezas que constituyeron el centro de un primer vistazo a este aspecto de la obra de Suárez en una exposición organizada por el museo.
La aproximación simultánea a lo arquitectónico y a lo artesanal que supuso esta producción, y su espíritu de ruptura respecto a lo que en este terreno se realizaba en España en aquellos años de impronta historicista, se plasmó de manera muy diversa: encargos de tema religioso para las iglesias construidas por el Instituto Nacional de Colonización, o contratadas directamente por la propia Iglesia; obras de carácter civil y urbanístico, como el mosaico para el ovetense paseo de los Álamos, o para infraestructuras como la central del Silvón o la térmica de Soto de Rivera; trabajos para sucursales bancarias, para pequeños comercios familiares, para viviendas particulares?
A través de todas ellas, Antonio Suárez tuvo ocasión de colaborar con arquitectos como José Luis Fernández del Amo, uno de los grandes impulsores de la integración de las artes en la España de aquel tiempo, y con profesionales asturianos: Álvarez Castelao, Vallaure Fernández-Peña, Suárez Aller, Bobes Ortiz, Mesones Cabello, Muñiz Uribe, Blanco Besós, Fernández-Rañada? El aprendizaje de las disciplinas aplicadas le puso en contacto con creadores como Jesús Díaz, «Zuco», el ceramista Arcadio Blasco o el marmolista Belarmino Cabal. Y en ocasiones trabajó con artistas que también desarrollaron una importante labor asociada a la arquitectura, como su paisano, amigo y coetáneo Rubio Camín.
Junto a ellos, y ciñéndose siempre a un estricto principio de funcionalidad, Suárez desplegó un mundo en el que predominó la imaginería religiosa, pero cuya iconografía también incluye el paisaje industrial y fabril, los oficios o la figura equina tratados con un estilo siempre asociado a su evolución pictórica, desde la figuración hacia una mayor libertad. Suárez se sirvió para ello de muy diversas técnicas: óleos sobre cemento o tabla; vidrieras con nervios de hormigón o emplomadas; cerámica, pirograbado, talla y forja? Y un único caso de pintura al fresco: el ya citado mural para el doctor García Morán.
De todo ello da cuenta una investigación que ha avanzado desde cero, apoyándose en el propio testimonio del autor y en abundantes fuentes documentales. La intención final del libro de Ana Gago, que se integra en su tesis doctoral sobre el artista gijonés, es la de destacar el carácter en absoluto accesorio de esta faceta de Suárez. De hecho, escribe Gago, esta revisión ayuda a que su figura «sea considerada en un sentido más amplio, al ponerse de relieve la génesis de una obra reflexiva, surgida tras un meditado proceso de análisis y estudio, algo que en sus óleos, debido al predominio en ellos del gesto y de la materia, es más difícil discernir».
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